Preocupaciones y apuestas de la Iglesia
mirando al porvenir de nuestro pueblo.

 
     
 
  1. Conferencia pronunciada por S.E.R. Cardenal Jaime Ortega Alamino, Arzobispo de La Habana en el Aula Fray Bartolomé de las Casas del Convento de San Juan de Letrán. 29 de mayo de 2003.

  2. Preguntas de los periodistas
 
     

Conferencia de S.E.R. Cardenal Jaime Ortega
 

 

Para hablar de la Iglesia y el futuro de Cuba tenemos que hacerlo fijando bien la significación de los dos términos que vamos a analizar y que consideraremos en relación uno con otro: Iglesia y porvenir; colocados ambos espacialmente en Cuba.

La Iglesia debe comprenderse a partir del designio de Dios manifestado en Cristo, el porvenir se bosquejará a partir del pasado y del presente abiertos a la acción providente de Dios. Para la clarificación del término Iglesia debemos armarnos de unas coordenadas escriturísticas y eclesiológicas válidas. Esto quiere decir que intentaremos penetrar hasta donde nos es posible con una mirada de fe, en lo que es la Iglesia, que nace del costado abierto de Cristo en la Cruz. Y debemos descubrirla y aceptarla en la fe tal como Jesús la quiso y como la tradición apostólica y post-apostólica la vivió y nos la trasmitió: la Iglesia, don maravilloso de Dios a los hombres, sacramento de Cristo, presente en el depósito de nuestra fe.

A ella nos podemos acercar como misterio. Sobre la Iglesia los católicos, desde nuestra fe, podemos hacer teología, quienes contemplen a la Iglesia como fenómeno, sean católicos o no, pueden hacer historia o sociología. Pero estas otras disciplinas no pueden tocar la realidad última y profunda de la Iglesia para alterarla de cualquier modo.

Cuando en reuniones pastorales se habla de la “Iglesia que queremos ser” o de la “Iglesia que necesitamos”, se hacen a menudo transposiciones del plano histórico o sociológico al de la fe, aún cuando el enunciado de alguna reflexión pretenda alegóricamente mover la responsabilidad personal de los participantes. Pero nosotros no construimos la Iglesia, la Iglesia nos es dada por Jesús.

La primera y única pregunta válida que tenemos que hacernos los católicos frente al don que Dios nos hace de la Iglesia es: ¿cuál es la Iglesia que quiso Jesús? y después ¿cómo es ella en su mismo ser, en su relación con el mundo? ¿Cómo debe cumplir su misión? ¿Cuál es el origen de la Iglesia?

La última pregunta es la que intentaremos responder primero: la Iglesia se origina en Jesús.

Desde hace algún tiempo existe un amplio consenso: Jesús aparece en Nazaret proclamando el Reino de Dios y toda su enseñanza estará centrada sobre la cercanía soberana del Reino de Dios, (de la ßas??e?a) un reinado que trae “riquezas” al espíritu humano. San Marcos, en el capítulo primero del Evangelio, presenta a Jesús que comienza a actuar públicamente proclamando desde el inicio el mensaje del Reino que se acerca: “se ha cumplido el plazo y está cerca el reinado de Dios: arrepiéntanse y crean la buena noticia” (Mc. 1, 15). Todos los enunciados de Jesús que aparecerán después, incluso aquellos que él pronuncia acerca de su propia muerte, dependerán de este centro. El Padre Alonso Schökel comentando este versículo del Evangelio de San Marcos dice que: “En Jesús ya está actuando y por él se ofrece el Reino de Dios. El reinado efectivo de Dios, el ejercicio de su poder real en la historia está cerca. Jesús sólo pide la ruptura del arrepentimiento y la fe” (Ruptura con el mundo del pecado y con el mundo de las viejas creencias). Estos elementos estarán presentes a través de todo el evangelio como condiciones para aceptar el reino que llega.

Jesús se ha despegado de su familia y de su tierra, comienza una manera nueva de vivir, se hace bautizar por Juan en el Jordán e inicia un nuevo comienzo de manera muy singular. No podemos decir que ni en el bautismo de Jesús en el Jordán ni durante el tiempo pasado por él en la vida sencilla de Nazaret se haya producido una “vocación de Jesús”. Jesús no actuaba en virtud de una misión profética. El reinado de Dios se convirtió para él en un “destino”, (no un “destino fatal”) sino en una conciencia esclarecida de orante que sabía, no a través de un discurso lógico, sino en la apertura de su interioridad al Padre, que Él era enviado a proclamar el Reino de Dios que ya llegaba, y llegaba con Él mismo, con su presencia, con su persona. Jesús se sabía llamado por el Padre desde siempre.

La proclamación de Jesús es proclamación en la última hora: “se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios está cerca” (Mc 1, 15). Es un mensaje con un horizonte escatológico. La palabra escatología viene del griego ta eschata que significa las últimas cosas. Jesús no sólo descubre en su interioridad abierta al Padre que los últimos tiempos han llegado, sino que Él es el último mensajero, no el último Profeta, que había sido Juan el Bautista, sino el último enviado, el Mesías.

Con seguridad el orante Jesús, en Nazaret, desde antes de comenzar su vida pública, en su oración al Padre lo llama con la palabra Abba, usando un término familiar, íntimo, que no aparece en el vocabulario de los maestros de Israel ni en el de los profetas. Es la palabra con la que los niños se dirigen al papá. Así, en intimidad profunda con Dios lo pone en primer término en su oración: Abba, Padre del Cielo, que tu nombre sea santificado. Inmediatamente después de esa mirada vertical, y fluyendo de ella viene una petición muy propia de Jesús: venga tu reino. Es esa misma oración la que más tarde enseñará a sus discípulos. En esa relación con el Abba, de una profundidad e intimidad únicas, y en el fluir de esta unión con el Padre el deseo de que el Reino llegue, está formulada toda la centralidad de la predicación de Jesús, que se sabe el último de los enviados, su hora es la hora final.

¿Pero que es lo que Jesús proclama en la exigencia de la última hora? ¿Qué se deriva de la hora final, de la situación escatológica para nuestra conducta?

Según sea la manera que se contemple el fin se orientará la conducta. Si se espera un fin apocalíptico, una catástrofe, habrá una ética de transitoriedad sin consistencia. Si se espera un juicio al final de un tiempo más o menos largo puede introducirse un legalismo como el de los fariseos, para el cual lo importante es la propia conducta correcta según normas establecidas, de modo a ser hallados perfectos en el juicio después de la muerte, pero así podemos también segregarnos de los demás con actitudes sectarias. En la Galilea de la época de Jesús existían los zelotas que concebían la llegada del Reino como la instauración de un orden político social y estaban convencidos de que, por medio de acciones morales o políticas, y aún de acciones violentas, se podría precipitar la llegada de ese Reino. No encontramos ni la menor huella de estas posturas en la proclamación de Jesús.

Jesús no tiene ningún interés marcado por el encargo recibido por el hombre en la creación, y sus tareas con respecto al mundo: “creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Gn 1,28). Este encargo no parece ser importante para Jesús, queda incluso pospuesto. Esto fue un gran escándalo para los hombres del siglo XIX iluminista y lo es aún hoy para los que siguen viviendo en ese tiempo pasado.

La urgencia del momento escatológico, de la hora última, parece que quita interés a todos los planes de la vida profana, todo pierde ahora importancia ante lo único necesario: “Marta, Marta, te preocupas e inquietas por muchas cosas, cuando sólo una es necesaria” (Lc 10,42).

¿Cuál es esa única cosa necesaria, cuál es la exigencia de esa hora última, que es la de Jesús? La primera exigencia ahora es reconocer ante todo que el tiempo actual es escatológico, es el tiempo final y aceptar la revelación divina que se nos ofrece en este tiempo, por medio de Jesús. La exigencia primaria de la hora es la de oír la palabra de Jesús (lo que está haciendo la hermana de Marta en el relato evangélico). Si la escuchamos, esa palabra rectifica de diversos modos la comprensión farisaica de la Ley y reclama una verdadera “confesión de fe” en Jesús. Y para algunos que son llamados especialmente, el seguimiento y el discipulado serán exigencias de la última hora.

Pero si seguimos mirando atentamente la acción de Jesús y escuchamos su palabra descubriremos lo que requieren las exigencias de Él. En ellas tiene un peso decisivo la exhortación a la reconciliación y al amor. Hay una urgencia de último tiempo, de hora inminente, que reclama la prontitud para la reconciliación y el servicio del amor.

Leemos en el capítulo doce del Evangelio de San Lucas: “¿Por qué no juzgan por ustedes mismos lo que es justo hacer? Pues cuando vas con tu adversario para comparecer ante el juez, mientras van los dos de camino, procura lograr un arreglo con él; no sea que te arrastre hasta el juez y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta haber pagado el último céntimo” (Lc 12, 57)

No debe simplificarse el significado de este relato, reduciéndolo al ámbito moral, en el cual se introduciría una motivación escatológica: “pórtate bien con tu prójimo mientras vas de camino en esta tierra, pues el juicio de Dios no será benigno en la otra vida con quienes no tuvieron misericordia”. Esta consideración es sólo secundariamente válida.

No olvidemos que con Jesús ha llegado la última hora, con él se inicia el tiempo nuevo. Su venida adelanta en cierto modo la consumación escatológica. Hay ya un modo celestial de obrar que se introduce con él en la tierra, que se adelanta en cierto grado con Jesús “He aquí que hago todas las cosas nuevas” (Ap 21, 5), y el germen de esos “cielos nuevos y tierra nueva” está siendo sembrado por el sembrador que sale a sembrar la buena semilla, y Jesús dirá con énfasis en más de una ocasión: “llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio” (Jn 5, 28).

Tenemos que amarnos y reconciliarnos con nuestro prójimo en el camino de la vida porque ya estamos perdonados por Dios, porque Dios nos amó primero y nos está mostrando ese amor en Jesús, que es el Hijo-enviado-que-ya-ha-venido. Debemos vivir ya en un mundo distinto. Los discípulos deberán anunciar esto.

Y Jesús los envía de dos en dos, no como a los alumnos de un rabino que han memorizado normas rituales o éticas y van a enseñarlas a otros, no como los seguidores de un sabio de Israel que aprenden su doctrina; los discípulos saben que son enviados por alguien que se parece algo a un rabino, pero no lo es, porque su enseñanza es original y “habla como quien tiene autoridad” (Mc 1, 21). Saben también los discípulos que los envía un hombre sabio, una especie de profeta, pero que es “más que un profeta” (Mt 11, 9). Llevan evidentemente en su memoria sus palabras, pero no las han aprendido de memoria: porque, ellos, admirados le han dicho a Jesús: “tú tienes palabras de vida eterna” y esas palabras han trastornado sus vidas, pues no les exigen ser fieles a una doctrina, sino a la persona de quien los llamó y los envía. Ellos deben adherir a la persona de Jesús de un modo radical: “quien ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mi” (Mt 10, 36 ); “quien quiera ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga” (Mt 16, 24).

Para los apóstoles de la comunidad prepascual de Galilea, anunciar el reino, y el amor y la reconciliación que llegan con ese reino tan inminente que ya está aquí, es anunciar a Jesús, es reclamar que se oiga su palabra, que se preste atención a su persona, es por tanto la transmisión de una vivencia. Quien acoja ese mensaje tiene que poner su fe en Jesús, que es inseparable de ese mensaje: Él es “la Palabra hecha carne que habitó entre nosotros” (Jn 1)

En vano buscaríamos en Jesús un interés marcado por “el poder, el derecho, el estado, el trabajo y las posesiones, el matrimonio y la familia” (El mensaje moral del Nuevo Testamento, R. Schnackenburg pág.147 a 183). Jesús no creó un código ético, ahí no estuvo su originalidad; Jesús trae el reino que se identifica con su persona: “El Reino de los Cielos está en medio de ustedes” (Lc 17, 21). Jesús es el Eterno que penetró el tiempo y le dio una urgencia de salvación, de rescate, a ese tiempo perdido por el pecado, por el egoísmo, por la ausencia de amor. Y creó un grupo de discípulos alrededor de su persona, capaces de proclamar esto, de anunciarlo a Él. Este grupo no se cohesionó en el recuerdo vivo de Jesús después de su muerte en Cruz y de su resurrección, como muchos quisieron explicarlo en la primera mitad del siglo XX. A sus discípulos él los llamó desde el comienzo en Galilea. “Todo empezó en Galilea” (Hch 10, 37).

Este grupo, esta comunidad alrededor de Jesús, conoció el llamamiento del Señor, la ambición de algunos de los mismos discípulos, los entusiasmos de otros y la traición de Judas que quería seguir a un maestro de doctrina, pero que no logró aceptar la persona de Jesús.

Esa comunidad prepascual salió a anunciar el Reino, a proclamar que ese Reino había llegado a los hombres por medio de Jesús. Ésta fue la Comunidad que celebró la Eucaristía y que recibió el mandato de Jesús de hacerla en conmemoración suya la víspera de la muerte en Cruz de su Señor.

La originalidad de Jesús en su acción y en su mensaje produce la originalidad de la Iglesia, y esto desde que llama a sus primeros discípulos, desde que transforma el agua en vino en las bodas de Caná, hasta que muere fracasado en una Cruz y triunfa por su anonadamiento, venciendo la misma muerte.

Los discípulos ya sabían por sus vivencias propias, que habían cambiado sus vidas, que lo fundamental para ellos había sido encontrarse con Jesús. Y sabían que ellos sólo podían, con su anuncio, llevar a sus prójimos a un encuentro de este género. Ésta es la idea central de la teología de Mons. Giussani. Éste es el claro mensaje de las exhortaciones apostólicas de Juan Pablo II al final del segundo milenio y al inicio del tercero, en sus exhortaciones Tertio Millennio Adveniente y Novo Millennio Ineunte. La humanidad, cada hombre o mujer, debe tener la posibilidad de encontrarse con Jesús, de llegar a contemplar su rostro. En este mismo sentido se expresa el Papa en la exhortación apostólica postsinodal “Ecclesia in América” y esto está contenido también en las exhortaciones apostólicas de los sínodos de los otros cuatro continentes. Está recogida esta propuesta esencial en nuestro Plan Pastoral Nacional: Propiciar el encuentro con Jesucristo Vivo, para promover la conversión, la comunión, la solidaridad desde comunidades inculturadas, participativas y misioneras, que a partir de nuestra realidad eclesial y social contribuyan a la edificación del amor y de la justicia en el tercer milenio.

Dos mil años después que la Iglesia naciente hiciera en sus Apóstoles la experiencia primera del encuentro con Cristo y del anuncio de Cristo y su reino a los hombres, la Iglesia sigue teniendo el mismo proyecto que les encomendó a ellos su Señor. Me gusta sobremanera la expresión de Don Olegario González de Cardedal en su obra “La entraña del cristianismo”: “la misión de la Iglesia es hacer inolvidable a Jesucristo”.

Los apóstoles, aquel primer grupo eclesial de Galilea, cumplieron esta misión después del momento desconcertante de la Cruz, cuando la muerte les arrebató a su Señor y después del reencuentro impactante con Cristo triunfador de la muerte, vivo y resucitado, que no los envió ya a “ir de dos en dos a los lugares donde iría El después” (Lc 10,1), sino que los envió “al mundo entero”. Ahora ya podían decir a todos cómo la Cruz y la resurrección de Jesús anunciaban la llegada del Reino de Dios y fundaban un tiempo nuevo, el tiempo de la reconciliación con Dios y con los hermanos. Esto constituía su Evangelio.

En este tiempo nuevo inaugurado por Jesús vivimos nosotros dos mil años después, con la misma misión que aquellos primeros discípulos, pues lo que Jesús selló como nuevo comienzo con su Pascua, no se ha instaurado aún en la tierra y la Iglesia tiene el encargo de su Señor, a quien le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, de plantar el Reino de Dios en el mundo con la fuerza del Espíritu Santo que Jesús resucitado insufla en sus discípulos.

Jesús centró su mensaje en la reconciliación y el amor que, de parte de Dios Padre, Él había venido a traer a los hombres. Pero estableció una condición para el anuncio del reino de Dios: la pobreza: “dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5, 3).

Jesús escoge todo lo pobre, lo pequeño para ilustrar la realidad del Reino de Dios: los niños son los primeros en el Reino de los Cielos. Sus parábolas para describir ese reino apelan a lo insignificante: una pequeña semilla que se siembra y de la cual nace un árbol grande; una moneda de poco valor que una pobre mujer busca porque se le perdió y cuando la encuentra se llena de alegría, un puñado de levadura que se echa en la masa y la hace fermentar.

Realidades tan sublimes como el amor y la reconciliación no se implantan por medios espectaculares, sino en el silencio de la semilla que germina o en la disolución anónima de la levadura en la masa.

Las recomendaciones de Jesús a sus discípulos cuando los envía a proclamar el Reino son que vayan ligeros de equipaje. Pero no sólo los portadores del mensaje deben ser pobres, sino también los medios: ir de puerta en puerta, proponer y esperar la respuesta libre de los hombres. Jesús no trae una ideología estructurada en fórmulas y consignas. El amor, el perdón, la reconciliación no pueden ser reducidos a categorías ideológicas que se infiltren en las mentes casi a pesar del propio sentir. El mensaje original de Jesús sobre su reino tiene en cuenta la libertad del hombre, necesita esa libertad, la promueve. A nadie se le puede exigir que ame, a nadie se le puede ordenar que perdone, no se reconcilian hombres ni pueblos por la fuerza. A los que habían creído en Él les dijo Jesús: “si se mantienen fieles a mi palabra serán realmente discípulos míos, entenderán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31). Es en un clima de libertad en el cual se proclama y se acoge el reino de Dios.

El Apóstol de Jesús va desarmado, pobre, con la verdad, y la propone a todos. El que es capaz de desarmarse porque es pobre en su espíritu, entra en la libertad de los hijos de Dios y descubre el gozo del amor, del perdón, de la misericordia y de la reconciliación.

Este es el proyecto de Jesús que inicia un mundo nuevo. A sus discípulos él les dijo: “ustedes no son del mundo”, el mundo del egoísmo y del odio, el mundo de las violencias y las guerras, de las ideologías en pugna, donde se establece una cultura de la muerte y las relaciones entre hombres y pueblos se fundan en el miedo, en el orgullo, en la prepotencia. “Ustedes no son del mundo” (de ese mundo viejo) “como yo no soy del mundo” (Jn 17, 16). Los suyos deben vivir como Jesús en el mundo nuevo, el mundo de la hora última, de los últimos tiempos urgidos de amor y de reconciliación.

Permítanme que cite una página profunda, pero muy esclarecedora del Padre Heinz Schürmann en su libro “El destino de Jesús: su vida y su muerte”: la exigencia escatológica de Jesús ¿no suprime el encargo dado en la creación (creced, multiplicaos, someted la tierra) y toda la responsabilidad con respecto al mundo para favorecer una perspectiva escatológica que es extraña al mundo y hostil a la historia? Puesto que la escatología de Jesús no es sólo una expectación del futuro sino que primaria y fundamentalmente proclama el comienzo del tiempo de la salvación, el discípulo de Jesús está llamado a colaborar con amor en la realización de la institución salvífica divina y a transmitir con espíritu de servicio el don de la salvación divina. Por tanto el discípulo de Jesús sigue teniendo en la historia y en el mundo su gran responsabilidad.

Claro que lo que Jesús hace resaltar tan encarecidamente como exigencia de la hora no es una labor cultural, sino la proclamación del Reino de Dios (Lc 10,3; Mc 3, 14) y el amor fraterno. Ni siquiera habla Jesús de que su mandamiento del amor haya de producir una “revolución pacífica”, una transformación y renovación del mundo. La exigencia de Jesús con todo el énfasis y unilateralidad concebibles, está acentuada e interesada escatológicamente y a la vez de manera religiosamente teocéntrica. Con ello desde luego, no se niega la fe en la creación y la tarea con respecto al mundo (Mc 12, 13-17) pero sí queda muy relativizado y declarado con poderosa voz como cuestión de segundo rango en comparación con “lo único necesario”, con lo que “da a Dios lo que es de Dios”(Mc. 12, 17). Pero el que piense que hay que proteger el encargo dado en la creación y la tarea con respecto al mundo contra tal proclamación, tendrá que reflexionar y pensar que ambas cosas quizás pueden protegerse únicamente de esta manera contra sí mismas y contra las energías destructoras que quieren volver a absolutizar tal acción y quieren introducir constantemente un caos tan horrible en toda la acción histórica y en toda labor cultural humana. Se llegó finalmente a una cultura occidental porque hubo anacoretas del desierto y monasterios apartados del mundo. Y aún hoy día los que mejor sirven en último término al encargo recibido en la creación y a la tarea que el hombre tiene con respecto al mundo son quizás los discípulos de Jesús que, apartándose del mundo y renunciando a él, viven puramente con su teocentrismo radical la exigencia de la hora escatológica, a pesar de que precisamente tales cristianos, con arreglo a las instrucciones de Jesús sabrán siempre lo que redunda en servicio del prójimo y lo que exige el amor fraterno. Pero también los cristianos que saben que están obligados por la responsabilidad histórica podrán reflexionar y pensar: todo el encargo recibido en la creación y toda la tarea con respecto al mundo, los “subsumió” Jesús en el gran silencio del servicio al hermano, en el callado servicio al prójimo. (Lavatorio de los pies)

Mas con ello no enmudece, ciertamente, la responsabilidad histórica de los cristianos con respecto al mundo, sino tan sólo que renace en el tranquilo seno del amor fraterno para adquirir nueva energía creativa. Tal amor fraterno y tal voluntad de servicio, con la vigilancia de una atención inspirada en el amor, ciertamente sabrán también dónde y cómo podrán utilizar como instrumentos las orientaciones sociales, los medios de poder político y las ideas culturales. Pero entonces toda la acción terrena seguirá siendo siempre -en el amor- una acción humana y toda tarea desempeñada en el mundo estará al servicio de los hermanos. ¿Podrá haber en último término mejor medio de salvación para el mundo que semejante proclamación escatológica y teocéntrica de Jesús que relativiza toda la tarea con respecto al mundo y a la cultura para después orientar con amor todo el interés hacia el bienestar eterno y temporal del hermano?

Otro teólogo A. Auer piensa que “el misterio de la consumación (del mundo) mantiene en marcha, desde la perspectiva de futuro, es decir, desde la perspectiva de la eternidad, el esfuerzo cristiano y moral... La vigilancia que está atenta a la última hora, a la parusía del Señor, garantiza más que cualquier otra cosa la medida y la tensión de la energía empleada en el servicio cristiano al mundo”. Este autor entiende por “servicio al mundo” las tareas culturales del laico y piensa que estas pudieran hacer que “el futuro estado de transfiguración... se hiciera ya visible en la figura actual del mundo” y lo “condujeran a través de la historia hacia su estado de consumación”. Se entiende cultura en el sentido amplio del ser y el quehacer del hombre en la historia y su modo peculiar de vivirlo. Pero también hay que considerar la inclusión de la acción social y política del cristiano como servicio de amor. Aquí entraría la extraordinaria exposición sobre la Iglesia en el mundo actual de la Constitución “Gaudium et Spes” del Concilio Vaticano II. Pero la tensión dialéctica entre Iglesia y mundo subsistirá siempre y es una tensión saludable porque empuja la historia hacia delante y hacia arriba.

Hemos ubicado así la misión de la Iglesia a partir de una Cristología teocéntrica y escatológica, tal como el Evangelio nos la presenta, con la verticalidad de Jesús en diálogo amoroso con su Abba y la horizontalidad de su mirada de enviado del Abba a traer a todos los hombres en la última hora la vida abundante del Reino de Dios, la vida que estaba en el Padre desde el principio. Esta mirada de Jesús fluye de su unión de amor con el Padre. La altura vertical de su amor al Padre y la dimensión horizontal de su proexistencia en favor nuestro, (por nosotros los hombres y por nuestra salvación), configuran su Cruz. La tensión salvadora de la Cruz está en el centro de la misión de Jesús, de la misión de la Iglesia cuerpo de Cristo, que prolonga en el tiempo la misión de su Señor.

De la entrega de Jesús en la Cruz, de la entrega de su Iglesia, asociada a su Señor, brotan la resurrección y la vida. Una eclesiología teocéntrica y escatológica como nos la presenta el Nuevo Testamento en San Juan y especialmente en San Pablo no puede ceder ante el secularismo reductivo que trata en vano de buscar en Jesús un mero Profeta y que confiere a la Iglesia una misión cuando más civilizadora, llamándola a menudo también “profética”. En algunos pensadores la misión de la Iglesia queda “subsumida” en un proyecto mayor, universal, global, como puede ser el cambio de estructuras sociales y políticas, el desarrollo integral del hombre, el establecimiento de una paz duradera, etc.

Dentro de esta visión horizontal sin perspectiva escatológica y sin aliento verdaderamente teológico, se hace entrar el ecumenismo, el diálogo interreligioso, la colaboración con el marxismo, con el liberalismo o con otras corrientes de pensamiento. Aquí debemos recordar una vez más que para Jesús lo primero es el Reino de Dios y todo lo demás vendrá por añadidura. No es válida pues una inversión de prioridades.

La Iglesia, en esas falsas teologías queda vaciada de su identidad, de su misión y es reclamada por unos y otros sólo como fuerza sociopolítica en apoyo de sus doctrinas o proyectos, mientras es atacada a su turno por los que la ven como testigo de una realidad trascendente que rechazan como alienante. Sólo cuando se alza en medio de estas facciones como testigo del reino de justicia, de verdad y de amor que nos trajo Jesús, la Iglesia alcanza su real estatura profética y actúa con libertad aunque su voz sea silenciada o ignorada.

Por esto el Papa Juan Pablo II no ha cesado de reclamar como la primera de las libertades del hombre la libertad religiosa, porque ella asegura a cada ser humano la libertad superior de orientar toda la vida según Dios y ésa es la fuente de todas las libertades. Cuando la Iglesia exige la libertad religiosa no está pidiendo algo para sí, sino rindiendo su servicio de amor en favor de hombres y pueblos, reclamando para ellos la posibilidad de abrirse a su Creador y descubrir la verdad.

¿Cómo mira al futuro la Iglesia en Cuba?

La Iglesia que vive en Cuba sabe que su ser y su misión dependen de su unión con Cristo al Padre y de su fidelidad en anunciar a Jesucristo a nuestro pueblo. Esto la hizo constante en su servicio de amor a través del pasado, desde la época colonial, en los sesenta primeros años del siglo XX y desde entonces hasta acá, con momentos de bonanza y épocas de turbulencia.

Inicia el siglo XXI cumpliendo eminentemente la condición que Jesús puso al anuncio de su Reino: pobreza en todos sentidos, pobreza de evangelizadores, de medios para evangelizar, siendo también muy pobre la Iglesia en sus recursos económicos, despojada de muchos bienes, pero tal vez por eso más apta para continuar el camino, con el perenne encargo de su Señor de promover la reconciliación entre los cubanos y prestar el servicio del amor, más que nunca ahora, cuando son muchos los que lo necesitan y lo buscan.

La reconciliación como misión de Iglesia merece un tratamiento largo y serio que no podemos emprender aquí ahora. Está preciosamente tratada la misión reconciliadora de la Iglesia en la tesis doctoral del Padre Rolando Cabrera “Artífices de Reconciliación”. El ser y la misión del laico en el magisterio y en la praxis de la Iglesia en Cuba (del año 1969 al 2000).

El empeño reconciliador de la Iglesia será, por deseo expreso de su Señor, con la urgencia añadida de los tiempos que corren y que vendrán, el punto focal que centre la predicación y la acción pastoral de la Iglesia en Cuba en la hora presente y en el futuro que se abre ante nosotros.

La característica de este quehacer reconciliador será la misma que está contenida en el mensaje de Jesús y en la proclamación apostólica: el Reino de Dios ya ha llegado en Cristo, que ha vencido al mundo en la Cruz, nosotros somos todos amados de Dios, el Espíritu Santo está pues actuando en los corazones, el tiempo final inaugurado por Cristo tiene toda su vigencia hoy entre nosotros y el Señor Resucitado seguirá manifestando su poder en lo humilde, en lo pequeño, aquí en Cuba.

Cuando el creyente en Cristo mira al futuro, mira a su Señor. Cristo es el futuro absoluto de la humanidad y el trajo el futuro a nuestro hoy de modo definitivo: “sepan que yo estaré con ustedes siempre hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Cuando conocemos el futuro absoluto que es Cristo-Dios relativizamos “los futuros” que se imaginan los charlatanes cada inicio de año, el futuro inquietante del neurótico, el futuro sin horizontes del triste y deprimido, el futuro matemático del economista, el futuro maravilloso de los políticos y el futuro incierto de nuestra vida rescatada de su no sentido por Jesús, pues en la fe sabemos que “si vivimos, vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor, en la vida y en la muerte somos del Señor” (Rom 14, 8).

La eternidad no es futuro, el futuro está encerrado en el límite del tiempo. Si la Iglesia no mirara a la eternidad, si sólo se planteara el futuro a base de cálculos, sería como una institución del mundo viejo, pero nuestro Señor nos dijo que no somos de ese mundo. La urgencia de Jesús que viene, la inminencia del Reino que ya está presente es lo propio del creyente en Cristo, del discípulo de Jesús que vive así en la esperanza. Ésta es la única esperanza que la Iglesia puede suscitar en los cubanos, pero es al mismo tiempo la mayor esperanza, la verdadera esperanza.

En tónica de esperanza, desde la pobreza, tiene que trazar la Iglesia sus planes pastorales para el siglo XXI en Cuba y estos han sido delineados admirablemente por Jesús: servir a nuestro pueblo en el amor e invitar a todos a la reconciliación.

Para esto, porque se trata de hombres y mujeres libres a quienes se dirige nuestra invitación y porque promover su libertad es condición para acoger el Reino de Dios, debemos presentar a Jesucristo a nuestro pueblo para que cada hombre o mujer responda libremente y pueda encontrarlo. El será quien les descubra el camino del amor y de la reconciliación. Del encuentro con Jesús depende una ética vital y renovada sobre la familia, la sociedad, el trabajo, la política, la justicia y el bien común que comprometa libremente a cada persona. No una ética fruto de códigos, leyes o presupuestos ideológicos, sino una ética de encuentro con Jesús que transforma la vida desde adentro. Jesús no se despreocupó de la historia, de la política, de la familia, del bien social; sino sabía que el único modo de que nos preocupáramos seriamente de estas realidades terrenas era “buscando primero el Reino de Dios”. Lo demás fluye de la nueva actitud que surge en los corazones de quienes encuentran ese reino, que no es otra cosa, sino encontrar a Cristo.

La misión de la Iglesia en Cuba tiene que mantener esa jerarquía de prioridades: primero el Reino, primero Cristo, su anuncio, el encuentro de nuestros hermanos con él; lo demás fluirá de esa presencia de Dios en Cristo Jesús en medio de nosotros, empujando hacia delante la historia.

He tratado de delinear premisas en todo cuanto he dicho hasta aquí. Y en esto están contenidos los modos concretos de actuar en cada circunstancia, que no deben formar parte del cuerpo de este trabajo, sino se prestan más bien a las preguntas que puedan hacerme. Ellas se responderán ateniéndonos a la iluminación teológica que he esbozado.

Muchas gracias

 
     

 

Preguntas formuladas por los periodistas
 
     
 

¿Está la Iglesia en Cuba y fuera de Cuba preparada para la misión reconciliadora? Si no ¿Qué hacer?

R/ Yo pienso que la Iglesia como tal y los cristianos que están más al tanto de la vida de la Iglesia, tienen una inquietud en orden a la reconciliación. Esto se ubica en orden a Cuba y a los cubanos, reconciliarnos todos. Sin embargo, reconciliación es una palabra dificilísima de aceptar. He visto, por ejemplo, cuando fui a Miami como Cardenal, alguien me advirtió: no mencione la palabra reconciliación porque no se la van a aceptar. Entonces, ¿es tan difícil para un cristiano una categoría como ésta, que está en el centro del mensaje de Jesús?, porque el espíritu, la respiración de la fe cristiana es el amor y la reconciliación.

En alguna ocasión en declaraciones que he hecho en Cuba, que hemos hecho los obispos, hemos utilizado la palabra reconciliación y en algún periódico de aquí, debe haber sido el Granma, salía un rechazo, un poco indirecto como pasa muchas veces con las cosas que nosotros decimos, que decía ¿De qué reconciliación hablan algunos? Es decir, es un término rechazado en ambos lados. Todo el mundo dice: ¿Con quien nos vamos a reconciliar, con los que hacen esto y aquello?, y del otro lado dicen lo mismo: ¿Y con quien nos vamos a reconciliar?

No se trata, como ustedes vieron, de una reconciliación que sea como una especie de encomienda dada a la Iglesia para una mediación política entre dos facciones, como ha habido tantos procesos de reconciliación en Guatemala o en otros países de América Latina. Muchas veces la gente entiende esto que, analógicamente usado, significa un proceso en el cual hay una serie de arreglos entre políticos, entre facciones a veces enfrentadas en guerrillas, para ponerse de acuerdo y salir de una situación lamentable para un pueblo y poder establecer un camino de avenimiento.

Pero, no se trata de esto, el cristiano, y con él la Iglesia, puede proponerse una reconciliación amplia y seria. Primero, para muchos aquí, con la realidad que nos ha tocado vivir, porque algunos pueden vivir irreconciliados. Esa reconciliación no significa una aceptación plena, ni gozosa de una realidad que pensamos que se puede superar, evidentemente. Pero hace falta, por ejemplo, reconciliarnos con el hecho de que el Señor nos ha plantado aquí y aquí debemos florecer en el orden del amor, del servicio, etc. Y esto lo estoy hablando en clave cristiana porque estamos hablando de la Iglesia. Yo creo que ese mismo espíritu existe también en otros cristianos que viven fuera. De hecho hoy se abre paso esta búsqueda de la reconciliación.

Hay incluso un grupo de opositores que están en Miami que vienen trabajando en el tema de la reconciliación y realmente, los vi en televisión un día, han tratado el tema en una clave que me pareció muy cristiana. Esa es la impresión que tuve, una clave amplia, sin ofensas, sin ironías, hablando de reconciliación con nuestra historia, con nuestro tiempo vivido. Hay realidades que no se pueden quitar nunca de la historia, uno ha vivido cincuenta años de una realidad en Cuba y quedarán siempre para el futuro. Tenemos que reconciliarnos con esa realidad que está ahí en la historia, marcándola y marcando actitudes, pero siempre tratando de superarla. Además de eso, hay que superar todo lo que en nosotros pueda ser agresivo, responsabilizando a otros o teniendo en cuenta las ofensas que otros nos han hecho. Esto es un proceso largo, difícil. Yo diría, a mí lo que más me preocupa, porque normalmente la reconciliación puede darse en un momento dado de la historia, cuando está ya en plano de superación una crisis, a mí lo que más me preocupa es que todavía no ha llegado el momento en que se pueda superar la crisis en que ha vivido el pueblo cubano, dividido. A mí lo que me preocupa es que se pongan jalones de irreconciliación en la historia presente. Es lo primero que debemos evitar nosotros. Aquello que irreconcilie más, que cree más irreconciliación aún.

Por eso cuando uno ve algunas cosas que pueden ser duras, difíciles, que enervan, que exasperan, uno siente dolor, porque dice, se están poniendo ciertos presupuestos que no favorecen la reconciliación como actitud, sino que tienden a enfrentar, porque el ser humano, normalmente, perdona por un esfuerzo, no es un movimiento natural el perdón. El primer movimiento natural es instintivo, como de defensa. El simbolismo de poner la otra mejilla de Jesús, es un gran simbolismo. ¿Ustedes han visto alguna vez que le hayan dado un golpe por la cara a una persona?, nos dan siempre ganas de devolver el golpe. El primer movimiento nuestro es siempre defensivo, llevar cuentas de las cosas. Hay una tendencia a ser nosotros el centro y que no sea el centro una realidad superior como la que yo he expresado: el Reino de Dios. Hay que llegar a esa salida de nosotros en algo que es más que nosotros y eso es difícil.

Yo podría decir que quizás los cristianos somos los que en mejores condiciones estamos, si vivimos nuestra fe, para prepararnos bien a la reconciliación. Pero no creo que la preparación esté muy avanzada y creo que la confusión de planos es muy grande. Se confunde reconciliación con proceso de reconciliación. Cuando la Iglesia es invitada en algún lugar a un proceso de reconciliación política o social después de una de esas matanzas en África, que es algo tremendo... se trata de otra realidad. Hay un testimonio que dio en España un muchacho ante el Papa. El estudia en una universidad, primero o segundo año. Ese muchazo jovencito dio un testimonio de cómo él había encontrado a Cristo en su vida y dijo: En Irlanda él estaba con su familia de visita, en un acto de terrorismo mi hermano de doce años murió destrozado. Ellos eran cuatro hermanos y entonces su padre y su madre perdonaron a los que hicieron eso. Esto transformó al joven. Estamos en un plano muy superior. Por eso yo decía que no se pueden imponer ciertas cosas. Ni el perdón se puede imponer, ni la reconciliación tampoco. Debe ser algo que venga desde dentro. Implica mucho a la persona, su interioridad. Cuando aquel joven vio a sus padres perdonar de esa manera se dijo: Jesucristo es el Señor, de ahí en adelante su vida cambió totalmente y contaba todo lo que él era de apóstol y activo en la universidad.

Sí, esa es la reconciliación en el plano personal. Yo he visto en Cuba, y esto lo puedo decir, en el seno de las familias, un espíritu bastante bueno de reconciliación y a veces de la aceptación de las diferencias de opinión. A veces en personas muy sencillas hay unas referencias cristianas extraordinarias.

Me fue a ver la madre de uno de los tres fusilados recientemente y cuando me explicaba cómo ella se sentía, lo más agudo y trágico que me dijo, (y le vinieron las lágrimas a los ojos), fue: algunas veces me parece que voy a odiar, ¡por Dios, yo no quiero odiar! Impresionante. Yo no tenia que darle consuelo a esa mujer, esa mujer estaba mirándome a los ojos y no era una persona que vaya a la Iglesia, no es una persona que frecuente nuestros templos, no tiene tampoco una formación por medio de lecturas, que le dieran a conocer casos similares de perdón, aunque sea en novelas. Pero oír esa frase es impresionante. Yo no me hubiera atrevido a pedírselo. Pero hay en ella una referencia a la cultura cristiana de Cuba. Yo pensé para mí: Ojalá que también los cristianos llamados prácticos, los que van a la Iglesia todos los domingos y reciben la Santa Comunión tuvieran una actitud así, que nosotros pudiéramos en la predicación de la Iglesia, en el estilo de ser la Iglesia en Cuba traducir estas actitudes y que todo el mundo las fuera asumiendo porque a veces, aún periféricamente, muchos llegan a ellas. Es misterioso, por lo tanto la preparación para la reconciliación entre los cubanos.

Yo creo que en la familia cubana se ha dado mucha reconciliación, aunque a veces sea sólo a nivel del afecto, porque la familia cubana es afectuosa, pero son cosas en las que hay que trabajar. Yo diría que hay que trabajar en la teología de la reconciliación. Me alegra mucho el tratamiento que le da el Padre Rolando Cabrera en su tesis doctoral, porque es de lo mejor que he visto. Pero los libros no tratan a menudo de esos sentimientos que exigen a veces actitudes heroicas.

Por lo tanto ¿estamos en preparación? Bueno en la medida de lo posible. Ponernos en camino de reconciliación, poniendo el Reino de Dios por delante y a Cristo en el centro. Si no, yo no tengo otro modo de hacerlo.

¿Cómo podría la Iglesia en Cuba promover una espiritualidad de esperanza?

Fíjense que estamos hablando de planos profundamente personales, tocando la interioridad del hombre, del ser humano. Para promover esa esperanza que yo dije que era la única que la Iglesia podía ofrecer, hay que mirar hacia Cristo, que es nuestro futuro absoluto, ese Cristo que dijo: “No teman pequeño rebaño mío, yo he vencido al mal... yo estoy con ustedes ahora y siempre...”. Hay una mirada que va por encima del futuro contingente que se abre ante mí para clavarse en una especie de eternidad, no lejana, sino que se va viviendo en una tesitura más pura, más alta. Es la realidad aquella de Jesús: “mi Reino no es de este mundo”, y uno empieza a vivir en esa realidad que supera la estrechez de este mundo. Solamente así, también, puede uno acceder a la esperanza. Porque a veces los cálculos dan desesperanza.

Yo decía en mi Carta Pastoral: “Creo que la causa de la emigración de los cubanos, la principal, es la desesperanza”. ¿Es lo económico? Sí, como cosa inmediata, pero lo económico, sin que haya la esperanza de que mejore la economía. Y así en muchos aspectos se crea una desesperanza: no se prevé acceder a un mejor salario, a tener una oportunidad económica mejor. Es verdad que hay estrechez hoy, pero hay también una consideración de que no van a poder cambiar las cosas para que yo pueda salir adelante.

Entonces yo no puedo dar una falsa esperanza y decir: Sí, tú verás como cambian las cosas, porque ¿de dónde sacaría yo esa esperanza?, ¿de una buena voluntad?, yo no puedo decir eso. Yo puedo decir, esta es la esperanza que yo tengo, la única que yo te puedo dar, una esperanza de vivir en una tónica alta en la cual puedas hacer frente a todas esas desesperanzas humanas que salen al paso por medio de la fe en Jesucristo.

¿Cómo vivir eso, el amor y la reconciliación en la cola del camello, la comida que nos falta, la educación mediocre, el no futuro para mis hijos, la falta de contenido de trabajo?

Empiezo por lo último, si ustedes supieran que eso de la falta de contenido de trabajo me impacta, porque hay personas que me han ido a ver y me han dicho: yo quisiera trabajar en la Iglesia. Imagínense ustedes, los que así hablan son centenares, el trabajo que uno puede tener es para quince, veinte personas y está todo ocupado. Entonces se explican: porque yo me paso la mañana leyendo libros, pero me aburro de no tener qué hacer. Eso a mí me agrada porque no es una persona que dice: Yo no tengo trabajo y vengo a buscar empleo para trabajar y ganarme la vida, sino: yo quiero tener un contenido de trabajo. Uno puede incluso desanimarse por no tener un contenido de trabajo.

Normalmente preocupa más, no el futuro personal, sino el de los que queremos, yo sé lo que los padres de familia sufren por el futuro de los hijos. Porque del futuro personal uno dice, bueno, yo podría abrirme a esas realidades espirituales, pero, ¿cómo lo podría hacer yo como familia? Como familia solamente se puede hacer tratando de vivir en familia esas actitudes y viendo a ver si el joven o la joven adolescentes son capaces de asumir ese futuro. Pero recuerden ustedes que yo he hablado de la libertad, uno propone, yo puedo vivir en el amor y la reconciliación que me pide el Reino de Dios y quererlo sembrar y aceptar y superar las desesperanzas mirando el futuro, pero puede ser que un muchacho o una muchacha no lo comprenda así. Y hay una libertad ahí.

Comprendo que los padres siempre tienen una interrogante especial con respecto al futuro de sus hijos. Cuando alguien quiere guiar por la fuerza la historia del hijo en un sentido o en otro hacen al hijo muy desgraciado. Y muchas veces queriendo su mejor bien le hacen un mal inmenso. El futuro está abierto al Señor, los padres y las madres tienen sus hijos para Dios en último término, no para ellos mismos y eso les cuesta a muchos aceptar que es así, que cada persona es otra realidad muy distinta y que hay que respetar sus opciones, pero hay que proponerles también la nuestra y pensar que ellos la podrían vivir. De hecho yo conozco esa realidad aquí, en nuestra misma Arquidiócesis de La Habana, respuestas personales de jóvenes con sus familias que les permiten permanecer serenamente aquí y respuestas en las que deciden familiarmente todos partir, y respuestas familiares que respetan la decisión de los hijos de hacer su vida. Esa preocupación se comprende, pero recuerden que hay una serie de cosas que no se pueden imponer y yo dije que prima la libertad en muchas de esas actitudes. Por lo tanto, la capacidad de proponer y proponer auténticamente y válidamente es muy importante.

¿Cómo pueden trabajar cristianos de diferentes confesiones, denominaciones en la labor reconciliadora de la Iglesia por la unidad en el amor?

Yo creo que eso es elemental, que debe ser así. Nuestra condición de cristianos nos llama a esto. Tenemos que hacer todo lo posible, en cualquiera que sea nuestra denominación para que haya un sentido de reconciliación, de amor, de servicio, en el seno del pueblo cubano que, repito, no es ignorar que existen dificultades, ni lanzar un velo de olvido sobre realidades a veces duras. La memoria no se puede perder porque la memoria hay que tenerla presente para no cometer en el futuro los mismos errores. Uno no lanza una especie de humo misericordioso espeso que borra el pasado o superficialmente considera las cosas sin darse cuenta de la gravedad y profundidad que tienen y que pueden dañar los corazones humanos. Se trata de superar sin olvidar. Esto es motivo de un estudio muy especial.

Si se hace todo en la misma clave, si los cristianos de distintas denominaciones avanzamos en una misma clave de reconciliación y amor, ni facilismos por un lado, ni dramatismos por otros, sino buscando de verdad vivir lo que Cristo Jesús nos enseñó; todos podríamos trabajar juntos para que hubiera un espíritu reconciliador desde hoy. Porque en el futuro tendrá que producirse muchas veces esa reconciliación en actos concretos.

¿Qué obstaculiza el dialogo entre las iglesias?

Bueno esto ya sería también un tema que se va de este tema. Yo creo que ha habido a veces diversas maneras de enfocar la realidad social y política de Cuba, diversos enfoques, por eso yo me refería al hablar de la reconciliación que deberíamos llegar a una claridad serena de lo que es la reconciliación para poder de verdad, ponernos de acuerdo. Porque en muchas ocasiones hay una aproximación diversa a nuestras realidades por iglesias de una denominación e iglesias de otra denominación y esto ha obstaculizado evidentemente en Cuba el diálogo ecuménico, que existe a veces entre algunos de nosotros, entre una congregación y nosotros, entre una iglesia u otra, pero que no existe “corporativamente”. No, hasta ahora no se puede decir que lo haya y creo que se debe fundamentalmente a enfoques y puntos de vista que tienen que ver con la manera de abordar la realidad sociopolítica de Cuba por parte de unos y otros.

¿Qué hará la Iglesia para obtener la libertad de los disidentes políticos?

Nosotros expresamos la opinión con respecto a la prisión de los disidentes en la declaración que hicimos el mismo día en que fueron ajusticiados los tres jóvenes. Hablamos de nuestra deploración de la pena de muerte, con la cual no estamos de acuerdo en ningún caso y también nos referimos a las largas condenas de prisión, lamentándolas, como el Papa también lo ha hecho. El ha pedido clemencia por ellos en carta que el Secretario de Estado dirigió al Presidente Fidel Castro en nombre suyo, hablando de esas sentencias largas y hablando también de las personas condenadas a muerte y esa es la opinión de la Iglesia, de la Iglesia Universal y en Cuba. Así fue expresado desde el primer momento.

En cuanto a lo que puede hacer la Iglesia para obtener la libertad de los disidentes presos. El otro día Mons. Tauran, Secretario para las relaciones con los estados de la Santa Sede, en una conferencia que daba en España decía: la Iglesia no es una potencia militar o política, la Iglesia es una potencia moral. El es como el Ministro de Relaciones de la Santa Sede, para hablar un lenguaje inteligible. Pero fíjense que en este caso tampoco las potencias políticas logran algo. Quizás la potencia moral podría lograr algo más, como lo que el Papa ha pedido, clemencia, petición que repitió en declaración hecha a la prensa en Castelgaldolgo el Cardenal Sodano pocos días después, clemencia para estas personas, recordando que el Papa lo había pedido. Es decir, es el único poder que tenemos, no hay otro poder, no lo tiene la Iglesia. Además hay muchas instancias que no dependen del poder, que son de orden moral, espiritual, que pueden hacer llegar algún tipo de mensaje, pero que puede ser acogido o no acogido muchas veces.

¿Cuándo un gobierno o sistema político se convierte en una tiranía ¿Cuál es o debe ser la posición de las Iglesia o de los cristianos?

La posición de la Iglesia o de los cristianos ante sistemas que pueden ser totalitarios, tiránicos, autoritarios de cualquier tipo, tiene que estar de acuerdo con la misma manera que tenemos nosotros de presentar aquí hoy la misión total de la Iglesia. Ha pasado por aquí un obispo checo, es un obispo auxiliar que vino así un poco caído del cielo, no porque llegara en avión, sino porque no conocía nada de aquí. Este obispo con el background de la situación de Checoslovaquia de la época que él vivió, que son dos realidades bastante distintas, llegó aquí y vio a algunas personas, a mí no me vio, vio a un obispo auxiliar, de paso, vio al Nuncio Apostólico y después visitó disidentes, visitó a familias de los presos y ha hecho la declaración siguiente al llegar a la Republica Checa: la Iglesia debería apoyar más a los opositores, a la oposición en Cuba.

Yo respeto la opinión de ese obispo auxiliar de Praga, pero me gustaría sentarme a hablar con él. Porque primero él declaró: la Iglesia no debe meterse en política, pero después dijo que debía apoyar a los opositores. Es como querer salvar a Dios y al diablo al mismo tiempo. La Iglesia, no tiene, lo he dicho yo en entrevistas que me han hecho en el extranjero, no tiene la misión de ser el partido de oposición que lamentablemente no existe en Cuba. Yo quisiera que hubiera uno, dos o tres partidos con pensamientos distintos, pero bien, eso es un deseo mío personal, pero no los hay, pero no se puede pedir que la Iglesia se convierta en el partido de oposición. Como no se le puede pedir a la Iglesia que apoye al gobierno revolucionario tampoco. En cualquiera de los dos sentidos siempre han sabido que nosotros hemos dicho: estamos aquí para anunciar el Reino de Dios. Cuando hay una posibilidad, como hubo un referéndum en Chile para decir sí o no, la Iglesia no dijo: digan no, ni la Iglesia dijo digan sí, sino que dijo: vayan al referéndum y voten según su conciencia. Es lo único que puede hacer la Iglesia. Esa fuerza moral que ella tiene a partir de su misión no puede ser utilizada ni en un sentido ni en otro con las características que puedan tener las sociedades o los países donde vive. Normalmente lo que nos toca a nosotros siempre es comulgar con el misterio de la Cruz, en todos los casos lo que nos ha tocado es sufrir y lo que nos puede tocar es sufrir y morir. Pero no morir por esta causa o por aquella otra, si no morir por el amor, por el servicio, por la reconciliación, por el bien del ser humano.

Cuando me preguntaron a mi en el Seminario de La Habana unos periodistas un día en el mes de febrero: ¿La Iglesia por qué no apoya el Proyecto Varela?. Yo dije, bueno, la Iglesia no tiene que apoyar ningún proyecto de ese orden. Aquí existen muchos proyectos, existe el Juramento de Baraguá, existe el proyecto Marta Beatriz, “La Patria es de todos”. Entre los disidentes algunos no apoyan el “Proyecto Varela”, otros, entre los mismos disidentes otros no apoyaron “La patria es de todos”. Ahora dije una cosa, la Iglesia sí apoya la libertad de conciencia y por eso yo felicité a Oswaldo Paya por el premio que le dieron que era a la libertad de conciencia, porque actuó con libertad.

La Iglesia puede defender los valores del Reino, en cualquier circunstancia y hablar de ellos como hice yo en mi Pastoral “No hay Patria sin virtud” hablando de la libertad y que había que enseñar a la gente a pensar y que no es pensar repetir consignas. Son los valores que constituyen condiciones para que llegue el Reino de Dios y que al mismo tiempo humanizan al hombre.

La existencia de opciones políticas son muy buenas y necesarias, pero no pueden ser nunca opciones de Iglesia. La opción de la Iglesia entonces quedaría como subsumida en el proyecto tal o más cual. Y el proyecto nuestro está por encima de todos los proyectos y no los acoge a todos ni a ninguno de ellos porque es el proyecto del Reino de Dios, de Cristo, es el servicio en el amor, la reconciliación, el encuentro con Cristo, que no podemos dejar de predicar sea el gobierno unipersonal, tiránico, oligárquico, de cualquier tipo que sea, tenemos siempre que hacer esto mismo.

Sabemos que hay valores del Reino que molestan, a veces por predicar esos valores algunos han perdido la vida, a veces se pueden sembrar esos valores con mucha serenidad en el silencio, en la tranquilidad, en la paz. La Iglesia no ha perdido sus cuarenta años de presencia en Cuba haciendo eso. Porque sabía que eso era lo importante, y por eso estamos aquí, y por eso lo hemos hecho en todo tiempo, aceptados y no aceptados, con riesgos y sin riesgos, en todo tiempo.

Pero así debe ser siempre, no se invierten las prioridades. Lo dije antes, la gran prioridad para nosotros es ésa y a partir de eso el cristiano puede tomar sus opciones que no tienen que ser forzosamente de Iglesia, sino las de ellos propiamente. Yo les voy a decir lo que sucede en la pastoral común de la Iglesia en Cuba: Nosotros podemos tener, en la misa del día de las madres a la madre de un fusilado que llora todo el tiempo. Y en la misa del domingo siguiente en un pueblo de campo adonde fui una señora que viene llorando y me dice: hace diez años que yo estoy en la Iglesia, no puedo recibir la comunión porque mi marido es del Partido Comunista y me dice que puedo venir, pero que él no se casa por la Iglesia, pero lo que más me duele es que algunos me miran a mí como si no fuera una verdadera cristiana. La pobre mujer quería hablar con el obispo y descargar aquello que para ella era un gran dolor.

En las comunidades a veces tenemos sentados, lo saben los padres dominicos, y tienen que darse la paz muchas veces, a Arcos Bernes y a Cintio Vitier en la misma Iglesia. Y la Iglesia es de ellos dos y la opción es de cada uno de ellos. Ah, pero si tenemos que hablar de esos valores como la libertad, como la justicia, tal y como lo entendemos lo decimos, disgústese uno o el otro, respóndanos uno en un periódico o no nos pueda responder, no importa, lo decimos.

¿Por qué pedir libertad religiosa si es un derecho natural?

Ah, bueno, porque a veces uno tiene un derecho y no se lo dan y lo pide y lo pide y lo pide, y el Papa lo pide y lo pide. Muchas veces se confunde la libertad religiosa con la libertad de culto y entonces vienen los extranjeros y dicen: todas las iglesias están abiertas, incluso en épocas más difíciles aún que éstas. Sí, están abiertas, pero la libertad religiosa es mucho más que la libertad de culto, es mucho más, es la libertad de expresar la religión y la fe por todos los medios.

¿Cuáles han sido los mayores logros de la Iglesia desde la visita del Papa y cuales han sido sus principales frustraciones?

Vamos a empezar por las frustraciones. Frustraciones, yo, (y no puedo hablar por toda la Iglesia), frustraciones yo no he tenido casi ninguna, porque no tuve muchas expectativas, y no me refiero al Papa, no porque sea él el Sumo Pontífice y yo un Cardenal de la Iglesia y esté cerca de él y tenga que decir esto, pero el Papa estuvo grandioso, no me refiero a eso. Sino que hubo expectativas de orden político, que yo sabía no tendrían ninguna incidencia; de orden social, incluso de orden económico, por ejemplo, que iba a continuar la apertura económica, que llegaría la pequeña empresa... Sobre la pequeña empresa tuve mis esperanzas, mis pequeñas esperanzas antes, ya en ese momento no las tenía. Pero como no tenía expectativas no ha habido frustraciones. Ahora, yo creo que la Iglesia después de la visita del Papa estructuró su Plan Pastoral Nacional muy bien, a nivel de todas las diócesis. Ustedes vieron en qué consiste el plan de cinco años que tenemos: la Iglesia ha creado muchas comunidades nuevas. No hemos podido construir un templo, no era algo que yo esperara que pudiera hacerse. Pero hemos creado muchas comunidades pequeñas en casas de familia, hasta más de doscientas cincuenta tenemos en la Arquidiócesis de La Habana. En esas comunidades se reúnen gentes de los barrios, de los pueblos sin templo, rezan, a veces se celebra la misa allí, a veces se celebran los sacramentos de iniciación cristiana. La Iglesia se mantiene viva, no ha habido un crecimiento espectacular, pero no ha habido un decrecimiento.

Hay una encuesta muy interesante, que yo no puedo retener de memoria en la cual se ve que los cristianos que hay en la Iglesia ahora en Cuba en su gran mayoría han llegado a la Iglesia desde hace diez años para acá, lo cual quiere decir que han llegado muchos, alrededor del 45%. La encuesta es muy interesante y fiable. Cuando se preguntó en la misma encuesta por la formación de esos cristianos, se hicieron preguntas que tenían que ver con la fe, con la Santísima Trinidad, con Cristo, con la Iglesia y las respuestas fueron sorprendentemente claras. Es un cristiano que ha llegado y ha aprendido a conocer lo que es fe, lo que es la Iglesia. ¿Qué problemas tenemos? Un desnivel inmenso entre fe y moral. Llegan a conocer los presupuestos y algo más de la fe, pero la vida no responde exactamente a esto, porque aquí hay una crisis muy grande, dijéramos, una quiebra moral, como la de la familia, que está muy afectada, lo decía en mi Carta Pastoral.

Es decir, no es una Iglesia heredada, no es una Iglesia de antes, no cristianos de tradición, de conservación, algunos han venido desde el ateismo, porque hay tantos que se bautizan cada año adultos, esto es algo que ha continuado, como los catecumenados para adultos. Yo creo que eso han sido, no diría logros, porque no me gusta la palabra, es un signo de vida, es como cuando el médico ausculta y ve que aquí está viva la Iglesia, aquí, están los puntos donde se oye, se palpa que la Iglesia está viva.

Para esto fue fantástica la visita del Papa. Cuando yo encuentro personas por la calle que me hablan del Papa, de lo que fue su presencia en Cuba, siempre hay una especie de alegría, una gratitud, una admiración, eso quedó grabado en la mente y en el corazón de los cubanos.