El Espíritu y la Iglesia.

EI Cuerpo de Jesús sólo puede configurarse por la acción del Espíritu Santo. Siempre que Jesús se manifiesta a los hombres se requiere la acción del Espíritu Divino.

Cuando el Verbo de Dios se encarnó en las entrañas de la Virgen María fue la acción del Espíritu la que realizó el milagro, como lo leemos en los evangelios de Lucas y Mateo, y lo ratificamos en el Credo (Mateo 2, 20; Lucas 1, 35). Como al hablar, las palabras cobran vida par la acción del aire que brota de nuestros pulmones, así cuando Dios pronunció su Palabra Eterna, el Verbo Encarnado, lo hizo par la fuerza del Espíritu Santo, Viento infinito e inmenso, que es aliento de Dios y Vida del mundo.

También cuando Jesucristo se hace presente en la Eucaristía, es la acción del Espíritu la que santifica el pan y el vino, transformándolos en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús. Así lo proclama la Iglesia en la liturgia eucarística: "Que este mismo Espíritu santifique, Señor, estas ofrendas, para que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Nuestro Señor" (Anáfora IV Cfr también, Epíclesis de Consagración en las anáforas II y III).

Igualmente es la fuerza del Espíritu Santo la que configura el Cuerpo misterioso de Jesús, que es la Iglesia. Como el viento del que habla el profeta Ezequiel, reúne los huesos secos en cuerpos vivos, así el Espíritu reúne "a los hijos dispersos por el pecado y configura a la Iglesia a imagen de la Trinidad, para alabanza del Padre" (Cfr Epíclesis de Comunión, anáfora IV).

No se puede comprender un Cuerpo de Cristo sin Espíritu Santo. El Espíritu es como la respiración normal del Cuerpo de Jesús, desde que el Señor lo entregó a la Iglesia, al exhalar el último suspiro. Por eso los cristianos, no pueden llevar, ni predicar, ni formar a Jesús en el corazón de nadie, si no es por la virtud del Espíritu Santo. El es quien continúa asegurando que Jesús siga "encarnándose" en los hombres, en las situaciones y en todas las circunstancias del mundo, hasta que se configure plenamente el "Cristo Total" y hasta que alcancemos la estatura del Varón Perfecto de que nos habla Pablo en su carta a los Efesios 4,11-16.

Recalcar la acción del Espíritu hoy, es encontrar la más auténtica veta de la tradición eclesial. Es continuar la oración de la Iglesia que clama: ¡Ven, oh Espíritu Creador! ¡Ven, oh Espíritu Santo y enciende en nosotros el fuego de tu amor! ¡Ven, oh Espíritu y envía desde el cielo un rayo de tu luz!

Invocar al Espíritu, es hacer eco a las palabras que en 1940 decía Pío Xll a la Acción Católica Italiana: "Deseamos y oramos para que, como en otro tiempo sobre la Iglesia naciente, también hoy descienda copiosamente el Espíritu Santo..."

Y las de Juan XXI1I, al convocar el Concilio Vaticano ll: "Renueva en nuestro tiempo los prodigios como de un Pentecostés".

Y Las de Pablo VI, en mayo 23 de 1973: "Todos debemos ponernos a barlovento del soplo misterioso... del Espíritu Santo... a fin de que una nueva navegación, un nuevo movimiento verdaderamente pneumático, esto es, carismático, impulse en una única dirección y en concorde emulación a la comunidad creyente..."

En la misma línea habló el Vaticano Il de modo tan abundante, que se han publicado libros compuestos sólo con los pasajes en los que los documentos conciliares aluden a la acción del Espíritu Santo, y también en el pasado sínodo de los obispos, numerosas voces ratificaron el mismo tradicional sentir eclesial.

En efecto, sin el Espíritu Santo, Dios se vuelve un ser lejano e incluso se le borra de la vida, Cristo se convierte en un personaje histórico, sin más valor para nosotros que el del ejemplo; el evangelio se reduce a curiosa literatura del siglo primero; la Iglesia se ve tan sólo como una organización decadente, la liturgia no se viva, sino que se ejecuta como un ritualismo vacío; la autoridad tiende a ser dominio y la moral cristiana un código de leyes y preceptos que pesa como el hierro sobre el cuello.

Pero con el Espíritu todo se transforma: Cristo vive hoy, el Evangelio es poder y salvación, la Iglesia es comunidad de hermanos, el hombre lucha y vence al pecado y a la muerte y el universo entero es ofrecido con Cristo a Dios, a quien todos invocamos como Abba, Padre.

Por eso el propósito del "Movimiento Carismático " es aceptar dócilmente la acción del Espíritu Divino, y suplicarle que derrame sobre la Iglesia la lluvia de sus gracias y de sus carismas. Por eso las caractetisticas que ese "Movimiento de Renovación Espiritual" pretende hacer suyas, son las mismas que la Iglesia ha tenido siempre como notas distintivas: ser santos, unidos, católicos y apostólicos por la acción del Espíritu que santifica, une, catoliza, y apostoliza la Iglesia", y permanecer por la acción del Espíritu Divino "fieles a la enseñanza de los apóstoles, en la fracción del pan, en la comunión y en las oraciones" como lo hicieron los cristianos del primer siglo (Hechos 2, 42).

El Espíritu Santo en Acción

Lino A. Sevillano

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