¿Qué es un sacerdote?
¿Cuál es la identidad
del sacerdote?
Estas son preguntas que han generado mucho debate y reflexión.
Como cristianos creemos que en última instancia las respuestas a estas preguntas se encuentran en la Palabra
de Dios, en las Escrituras.
El autor de la carta a los Hebreos nos da un buen punto de partida cuando presenta la figura del Sumo Sacerdote
que culmina en Jesucristo: "Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto
en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados". (Hb
5, 1). Un examen minucioso de estas palabras nos ayudan a comprender el carisma del sacerdocio y su estrecha relación
con la Renovación Carismática.
Llamada de Dios
En primer lugar, vemos que el sacerdocio
depende de una llamada de Dios. El sacerdocio es una vocación específica en la vida de la Iglesia.
Nadie puede llamarse a sí mismo a ser sacerdote. Un sacerdote no puede inventar su propio camino, porque
su identidad y su misión es el resultado de una llamada particular de Dios. "Y nadie se arroga tal
dignidad, sino el llamado por Dios, …" (Hb 5, 4). Al ser una llamada, sólo Jesucristo puede decir algo
definitivo sobre la identidad y el ministerio sacerdotal.
Llamado a la
santidad
Si todos los cristianos están llamados a la santidad, cuanto más esto se refiere al sacerdote. Ser
santo significa reservarse para Dios, estar totalmente inmerso en los valores e ideales de Jesucristo. Ninguna
persona humana puede conseguir esto a menos que él o ella esté completamente vivo por el poder del
Espíritu Santo. Sólo cuando el sacerdote está inflamado con un corazón ardiente incitado
por el Espíritu Santo puede comprender totalmente su identidad. Es aquí donde la gracia de la Renovación
Carismática es importante para la vida del sacerdote.
Efusión o bautismo
en el Espíritu Santo
La oración al Espíritu Santo por la liberación ha demostrado ser un medio poderoso para cambiar
las vidas y el ministerio de incontables sacerdotes al hacerse totalmente conscientes de la presencia viva, sanadora
del Espíritu Santo dentro de ellos. Como resultado de orar al Espíritu Santo por la liberación,
muchos sacerdotes han experimentado gozo, felicidad y satisfacción en su ministerio, y sobre todo han llegado
a la comprensión de su identidad como sacerdotes de Dios.
Predicación de la Palabra de Dios
En segundo lugar, Dios le ha
"puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados"
(Hb 5, 1). El sacerdote ha sido puesto al servicio de otros ejerciendo un ministerio en las cosas que tienen que
ver con Dios. Este servicio alcanza su plenitud en la predicación de la Palabra y en el ministerio sacramental.
"El pueblo de Dios se hace uno en primer lugar por su Palabra del Dios Vivo que brota adecuadamente de la
boca del sacerdote". (Presbyterorum Ordinis N. 41). La predicación de la Palabra es vital para la vocación del sacerdote. La Palabra de
Dios transforma los corazones de la gente. Como sacerdotes estamos llamados a estar en la primera línea
con una proclamación valiente de que Jesucristo es el único Salvador del mundo. La Palabra de Dios
predicada con convicción transforma los corazones de la gente y les mueve a decidir y tomar la decisión
de tener una relación más profunda con Dios. La predicación que transforma vidas no es meramente
un asunto de habilidad, sino que es el resultado del poder transformador, vivo, del Espíritu Santo que está
presente en cada uno de nosotros. Pablo es muy consciente de esto: "Y mi palabra y mi predicación no
tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del
Espíritu y del poder" (1Co 2, 4). Sólo en el poder del Espíritu Santo, y sólo
a través de una experiencia personal de la realidad del Espíritu que habita en nuestros corazones,
podemos los sacerdotes ser anunciadores poderosos de la Palabra de Dios. Uno puede entonces comprender fácilmente
cómo la oración al Espíritu Santo por la liberación es de especial necesidad en este
ministerio.
Ministros del Señor
Finalmente, además de predicar la Palabra, los sacerdotes se ven también específicamente llamados
a ser ministros de los sacramentos y de la Eucaristía. (Presbyterorum Ordinis, No. 5). Los sacramentos son el medio por el cual Jesucristo continúa Su ministerio vivificante durante
las diferentes etapas de nuestras vidas. Jesús no sólo proclamó con palabras, el Reino de
Dios. Su predicación se acompañó por signos y maravillas, por sanaciones y milagros. Resulta
que a través de los sacramentos también experimentamos el toque sanador y la presencia de Jesucristo.
La Renovación Carismática, especialmente
a través de la oración al Espíritu Santo por la liberación, ayuda al sacerdote a celebrar
los sacramentos con fe expectante; siendo completamente consciente que es Jesús Resucitado el que está
ministrando en ese momento en particular. Como resultado, se puede ayudar a la gente a abrirse completamente a
la gracia de cada sacramento.
Minsitros alegres
de Cristo Vivo
La Exhortación Apostólica del Papa Pablo VI finaliza con esta gran declaración dirigida a
todos los creyentes. "Y ojalá que el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza-
pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes
o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido,
ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar
el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo". Las palabras tienen un especial significado para
todos los sacerdotes. La gracia de la Renovación Carismática es un medio de lo más poderoso
para conseguir lo que Pablo VI y la Iglesia han expresado con tanta esperanza y anhelo.
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